Publicado en el Boletín de fin de semana de Equinox de fecha, 24 de junio de 2004
Más allá de las razones de tipo económico y administrativo que explican la desigualdad en la distribución de riqueza en términos etáreos, resulta evidente que el problema de la infantilización de la pobreza tiene una dimensión simbólica que Uruguay no puede seguir obviando.
Para un país que se considera poseedor de un alto índice de desarrollo humano, el hecho de que la mitad de sus niños de 0 a 5 años y el 40% de los de 6 a 13 años vivan por debajo del umbral de pobreza debería ser debatido sin pausa. Sin embargo, ni siquiera la dimensión económica y social del problema han sido planteadas con el énfasis imprescindible.
En Uruguay, la pobreza infantil aumentó en forma sistemática desde 1986, entre otras razones porque sucesivos gobiernos no supieron aprovechar los mejores momentos económicos, según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef). En Uruguay la pobreza tiende a concentrase en los sectores de población más joven, y particularmente en los niños, presentando uno de los índices proporcionalmente más altos de pobreza entre sus niños, que responsabiliza en gran medida a sucesivos gobiernos, incluido el actual.
La situación de (vivir en la) calle y el trabajo infantil son caras visibles de la pobreza que reclaman una respuesta más decidida e innovadora que no sólo atienda lo inmediato, sino que articule redes de protección más firmes y duraderas.
En cada rostro está el sello de la vida y especialmente del entorno. En los viejos, con abundantes arrugas que aparecieron adelantadas, y en las caritas sonrientes de los niños. Aunque víctimas a diario de la realidad que los golpea, su ingenuidad infantil les permite disimular sin proponérselo. La crisis no sólo trajo hambre, sino un alarmante aumento en la delincuencia juvenil, un tema que angustia a Edda Zimmer, licenciada en sociología, quien cedió una casa lindera a la suya, donde los fines de semana, entre meriendas a niños y viandas para llevar, se atienden unas cuatrocientas personas. Por su estado de bienestar, el fuerte papel de la clase media, y la fuerza de la izquierda, Uruguay parece un país excepcional, casi utópico en Latinoamérica. Sin embargo, hay niños de la calle y la experiencia en la "República Oriental" puede enseñar mucho. Muchas veces son criticados los proyectos de la iglesia o de las ONG internacionales por su asistencialismo, pero programas independientes y gubernamentales pueden caer en la misma trampa. En Uruguay, los trabajadores del Estado (médicos, asistentes sociales, maestras, quien sea) conforman una clase media fuerte, pero su trabajo a veces no mantiene el debido reconocimiento por el protagonismo de los más pobres. Es decir, que los pobres tienen buen servicio médico y buena educación, pero no son asumidos como actores. Esto de alguna manera, ha contribuido con el callejerismo.
Al observar el callejerismo en Brasil y Argentina y reconociendo que Uruguay no sería inmune a los efectos de la economía mundial que lanza niños a la calle, ONG uruguayas empezaron a trabajar con niños antes que hubiese este fenómeno. Durante los años 1970 y 1980, se empezaron a implementar programas en comunidades pobres. De esta manera, cuando empezaron a aparecer niños en las calles, ya se tenía mucha experiencia y lo más importante, la cantidad era menor de la que se hubiera esperado. Aquí, la experiencia de Gurises Unidos es respresentante. Afortunadamente, llegó el momento de tratar en profundidad el tema de los niños, que en la moderna jerga se describen como "en situación de calle". Esos chicos que mendigan en las esquinas, que hacen rudimentarios juegos malabares para que los automovilistas les den una moneda, que lavan parabrisas, que son llevados en brazos por madres que deambulan de coche en coche pidiendo un peso. A simple vista, la relación entre los cybercafés y los niños "en situación de calle", es de absoluta oposición. Al observador atento, no escapará sin embargo que esos mismos niños que piden una moneda a cambio de limpiar el parabrisas de los vehículos en algún semáforo, son los clientes más asiduos de muchos centros con juegos en red, a disposición. Generación heredera de los remotos billares, y las más modernas "salas de entretenimiento", los centros dedicados a las máquinas electrónicas, han sido como sus antecesores, refugio y consuelo para un parbulario callejero sin mejor destino.
El merendero Isaías, que les brindaba la posibilidad de una taza de leche, en esa oportunidad recibió numerosas comunicaciones oficiales y alguna donación de privados, pero nada más. Hoy el merendero continúa asistiendo a los niños del barrio Conciliación con algo más que el desayuno, gracias al esfuerzo de su fundadora y sus colaboradores.
Marta Pirgonet es una ex trabajadora de la salud que en el año 2001 fundó el merendero "Isaías 55" para luchar contra la difícil situación que ya se vivía por entonces en el barrio Conciliación. En esa época nunca imaginó que un año después tendría que denunciar a los medios de comunicación el espanto de niños que comían pasto porque no tenían otro alimento a su alcance. Tampoco pensó que, luego de que el hecho tomara conocimiento público, las autoridades competentes sólo se limitarían a enviar sendas cartas alusivas a la situación. "Nunca recibimos nada. Porque claro, los niños no votan. Si no fuera por los alimentos que envía la Intendencia Municipal de Montevideo, ya habríamos cerrado", dijo con pesar.
Los niños ya no comen pasto en esa zona de la capital. Pero la desnutrición persiste, al tiempo que la situación social y económica de su entorno se agrava cada día, haciendo de la falta de alimentos sólo una arista de la realidad que Marta debe enfrentar a diario para mantener la esperanza de que la tarea realizada es válida.
Referencias.
1 El espejo y la persiana: el desafío intergeneracional en Uruguay
2 La pobreza es de los niños
3 EL 95% DE LA EDUCACIÓN ENTRE LOS NIÑOS DE LA CALLE ES PRODUCTO DE LOS VIDEO-JUEGOS
4 "SEGUÍ PELEANDO POR LOS NIÑOS, MAMÁ"
Hasta la próxima